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Obras hasta 1940

La producción escultórica de Ferrant hasta 1940 representada en el museo está formada por un conjunto de relieves y esculturas en piedra que permite abarcar uno de sus ciclos creativos, coincidiendo con su inicio, La escolar, 1925 y su final, Tauromaquia, 1939, Relieves y Comedia Humana, 1940. La escolar es un bajorrelieve de resonancias arcaicas, con un tratamiento plano y vacío del fondo. Su tema es la infancia, representada en una ambientación doméstica, en un momento de estudio. La severidad de la línea que organiza la figura y un mínimo desarrollo de la perspectiva enlazan con un ligero apunte de sombras, fruto de una cierta descomposición de los planos visuales, como si se jugara con un cubismo lejano o elemental. La escolar se identifica con la complejidad del debate artístico catalán, coexistiendo modelos noucentistas, influencias de fuentes antiguas y propuestas más modernizadoras, cercanas a la vía dibujística de ascendencia picassiana.

Los relieves que Ferrant realiza en la inmediata posguerra como El matemático,La mecanógrafa y el ventilador o la serie de la Tauromaquia retoman una vía de expresión lineal más cercana a la figuración, tras la época de compromiso radical con las prácticas de vanguardia (Objetos de 1932). El recurso a lo expresivo y a la psicología le permite diferenciarse del naturalismo ramplón del arte académico y a través de la representación de una realidad a medio camino entre la deformación caricaturesca y la ensoñación huidiza, dota a sus figuras de una ironía que se opone de modo casi subversivo a la vocación retórica y trascendente que atraviesan las figuras clasicistas de sus contemporáneos.

También La Comedia Humana (1940), un conjunto de siete cabezas de las que sólo han llegado tres hasta nosotros, se caracteriza por una deformación expresiva basada en los detalles, modificados por la interpretación del artista, proponiendo desequilibrios con respecto a cualquier modelo real. Las cabezas no se conforman a partir de un hueco que garantice su voluminosidad, sino que su presencia es la que impone la piedra, lo que acentúa la sensación de quietud e intemporalidad y la voluntad de forma. El trabajo sobre los materiales, que no se pule, sino que muestra sus impurezas y sus fracturas, proporciona a las mismas una cualidad terrosa que busca una identidad mujer-tierra. Mujeres de barro o mujeres de piedra, ensimismadas, que son a la vez figura y materia, sin terminar de decidirse a formar parte del mundo natural o del mundo artístico.

O. F.
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