Este conjunto corresponde al final de la época barcelonesa de Ángel Ferrant, que se había trasladado a la capital catalana en 1920 tras una estancia de dos años en La Coruña. En ambas ciudades ejerció como profesor de modelado y vaciado en la Escuela de Artes y Oficios. En 1934 regresaría a Madrid, su ciudad natal. En los dibujos más antiguos de este primer grupo puede apreciarse cómo Ferrant, abandonando la herencia académica, asume una figuración naturalista y popular, estilizada y libre, próxima al dibujo de ilustración realizado por artistas renovadores como Barradas y el grupo Els Evolucionistes, y claramente relacionado con su propia creación escultórica de esa época. En otros dibujos ya de mediados de la década se puede ver un grado aún mayor de esquematización de la figura en virtud de la cual ésta queda convertida en una estructura filiforme inspirada en el grafismo de Klee y Miró, pero convertida en una seña de identidad propia. Ferrant la va a utilizar más adelante de varias maneras: para representar objetos comunes a los que dota de apariencia antropomórfica; para conectar dos o más figuras ensayando con ello la idea de conjunción o enlace de elementos y, ya a fines de los cincuenta, para llevarla a escultura convirtiendo aquellas líneas de sus dibujos en varillas de hierro forjadas y soldadas. Pero también vemos en estos dibujos de mediados de los treinta otros recursos formales: la potenciación, dentro de la misma figura, de un diálogo entre la masa y el hueco, ese espacio que se hace activo y que formula uno de los ideales de la vanguardia: hacer del vacío otro material más de la escultura. Por otro lado, los llamados "dibujos estereotómicos" ya no analizan la figura en términos de estructura básica lineal o de masa y hueco, sino como articulación de partes. Ya en 1935 se ve en estos dibujos algo que caracterizará sus obras de finales de los cuarenta y principios de los cincuenta: la estatua (o la figura dibujada) constituida por partes talladas de tal manera que se encajen unas en otras orgánicamente, como las piedras caballeras o los huesos de un esqueleto, lo que podríamos llamar movimiento de articulación. La estereotomía, antigua técnica de labra del sillar de piedra para la construcción, proporciona un modelo metodológico del que surgirán más tarde esculturas con movimiento articulado. Otro tipo de movimiento se esboza en los tres dibujos de "acróbatas": un dinamismo como el del trapecista que ya no se limita a variar las partes articuladas de la figura, sino a poner en práctica un movimiento de desplazamiento en el espacio: con la mayor ligereza, sin perder su esencia de figura humana, se convierte en una forma concisa que, suspendida en el aire o erguida en el suelo y sujetada por hilos y alambres, desafía la gravedad.