TRES IMÁGENES O CUATRO
Juan Muñoz, veinte años
[English version below]
Se cumplen ahora veinte años de la muerte de Juan Muñoz y resuena todavía rotunda la relevancia de su legado. Su obra, sabemos, opera en una honda reflexión en torno al espacio, desde y hacia la mirada, con la representación de la figura humana como centro pero sujeta a un desplazamiento consciente del punto de fuga que heredó de su interés por la tradición barroca, esa que denominó, en una de sus muchas y brillantes afirmaciones, “río de efectos”. Esta tradición, de hecho, se encuentra, también, en uno de los orígenes de este proyecto, en las conversaciones mantenidas con Juan Carlos Arnuncio, arquitecto renovador del Museo Patio Herreriano y gran conocedor de la obra del arquitecto barroco Francesco Borromini, uno de los faros más visibles en la obra de Juan Muñoz.
Esta exposición quiere trenzar un diálogo entre un conjunto de obras cedidas por instituciones públicas y colecciones privadas con el fin de ofrecer una lectura de la obra del artista que se detenga ante los asuntos centrales de su carrera en el marco de la singular arquitectura del museo. Entre estas obras se encuentra Pieza escuchando la pared, de 1992, perteneciente a la Asociación Colección Arte Contemporáneo, un clásico tentetieso en bronce que escucha no sabemos qué y que, situado en uno de los claustros del museo, acentúa la relación entre obra, espacio y espectador que Juan Muñoz exploró tenazmente a lo largo de su trayectoria. La muestra tiene lugar en la Capilla de los Condes de Fuensaldaña, Sala 9, ambas en la planta baja, y en la Sala 8 de la planta segunda. Ocupa, además, otras zonas comunes del museo.
El título de esta muestra, “Tres imágenes o cuatro”, está tomado de otro de los textos emblemáticos de un artista para quien la escritura fue un recurso prioritario. En él, Muñoz hace uso de muchas de sus herramientas narrativas y nos da pistas sobre cuestiones que, más veladas o menos, aparecen en toda su obra, así la espera. Como sabemos, Muñoz fue uno de los responsables de la recuperación de la figura humana en el ámbito de la escultura, que había sufrido una notable crisis de representación en las décadas precedentes, y que, a su regreso, lejos de conmemorar personajes o hechos históricos alzada en su pedestal, permaneció, ya fuera en grupo o en solitario, enmudecida y anónima, por lo general a ras de suelo y en aparente relación con el espectador. Insistamos en esto último: la relación que guardan con nosotros es solo aparente.
La literatura, y la dramaturgia en particular, encontró un lugar preeminente en el imaginario artístico de Muñoz y de sus coetáneos allá por los años ochenta, algo que entraba en conflicto con aquella tradición por la que las obras de arte no decían nada que no fuera resultado de la reflexión en torno al propio arte. En el caso de Juan Muñoz, la teatralidad en su obra es narrativa y espacial a un mismo tiempo, una suerte de lenguaje que se inscribe en el lugar y que determina nuestra relación con la obra de arte. En esta relación reside una de las claves para entender todo el trabajo del artista, en un no saber si podemos formar parte de la obra y en un inquietante desconocer si somos convidados a participar de la silenciosa conversación, cuando no discrepancia, de esas figuras que, en principio, demandarían, como toda obra de arte, nuestra atención. Esta es una de las más visibles paradojas en la obra de Juan Muñoz, el hecho de acercarse a sus conjuntos de figuras, como esa Conversation Piece (Hirschhorn), de 1995, que habita la Capilla de los Condes de Fuensaldaña, y comprobar el recelo que provoca en ellos nuestra presencia, obligándonos a repensar el lugar que ocupamos junto a ellos.
En los años posteriores a la muerte de Juan Muñoz convergieron múltiples tendencias en los discursos en torno a la escultura. Destacaron entre ellas, por un lado, la vuelta a la estética del Arte Povera, y por otro, las nuevas opciones formales y narrativas que brindó la irrupción de las tecnologías digitales en todos los aspectos de la sociedad contemporánea y también, claro, en el arte. En ambos casos, Juan Muñoz ya había estado ahí, ya fuera en la reconsideración del lugar que ocupa la obra de arte en relación con el espacio y con quien la observa que caracterizó la tradición povera iniciada en Italia a finales de los sesenta, como en la reevaluación de la ficción material y del trampantojo espacial que trajo el digital consigo y que el artista madrileño ya había convertido en emblema de su propia obra.
Esta exposición es consciente del enorme papel que juega la ficción en el imaginario contemporáneo, y desde esa perspectiva ha construido su armazón conceptual. Por ello, y como se advertía al principio de este texto, la tradición barroca juega un papel importante, con ese canto a lo voluble, a lo inestable y lo fragmentario, al capricho efectista y a la ductilidad aparente de las formas. Esta idea reverbera con más fuerza si cabe al tomar conciencia del lugar en el que nos encontramos, el vetusto escenario monástico de San Benito el Real, con su hermosa sobriedad renacentista, evocadora de un tiempo de verdades absolutas que se parece bien poco al que hoy vivimos.
THREE IMAGES, MAYBE FOUR
Juan Muñoz. Twenty years on
It is now twenty years since the death of Juan Muñoz and the relevance of his legacy is still a resounding force. His work, we know, revolves around a profound reflection on space, from and towards the gaze, with the depiction of the human figure at its centre but subject to a conscious displacement of the vanishing point that he inherited from his interest in the Baroque tradition. In one of his many brilliant statements, he called it the “river of effects”. This tradition, in fact, is also found in one of the origins of this project, in the conversations held with Juan Carlos Arnuncio, the architect who renovated the Patio Herreriano Museum and a great connoisseur of the work of the Baroque architect Francesco Borromini, one of the most visible beacons in the work of Juan Muñoz.
One of the purposes of this exhibition is to establish a dialogue among a group of works of art on loan from public institutions and private collections, in order to provide a reading of the artist’s work that addresses the central issues of his career within the framework of the museum’s unique architecture. Among these works of art is Piece Listening to the Wall , dating from 1992. It is a classic roly-poly toy made of bronze, belonging to the Contemporary Art Collection Association, listening to something we cannot identify. It is located in one of the museum’s cloisters, highlighting the relationship between work, space and viewer that Juan Muñoz tenaciously explored throughout his career. The exhibition is being held in the Chapel of the Counts of Fuensaldaña and in Room 9, both on the ground floor, and in Room 8 on the second floor. It also takes up other common areas of the museum.
The title of this exhibition, “Three images, maybe four”, is taken from another of the emblematic texts by our artist, for whom writing was a priority resource. Muñoz makes use of many of his narrative tools and gives us clues about issues that, more or less veiled, appear in all his work, such as waiting. As we know, Muñoz was one of those responsible for the recovery of the human figure in the field of sculpture, which had suffered a notable crisis of depiction in the preceding decades, and which, on its return, far from commemorating historical figures or events raised on a pedestal, remained, whether in groups or alone, mute and anonymous, generally at ground level and in apparent relation to the viewer. Let us insist on the latter: the relationship they have with us is only apparent.
Literature, and dramaturgy in particular, found a preeminent place in the artistic imaginary of Muñoz and his contemporaries back in the 1980s, something that conflicted with the tradition under which works of art said nothing that was not the result of reflection on art itself. In the case of Juan Muñoz, the theatricality in his work is narrative and spatial at the same time, a kind of language that is inscribed in the place and determines our relationship with the work of art. In this relationship lies one of the keys to understanding all the artist’s work, in not knowing if we can be part of it and in a disturbing lack of knowledge as to whether we are invited to take part in the silent conversation, if not discrepancy, of these figures that in principle would require our attention, just like any other work of art. This is one of the most visible paradoxes in the work of Juan Muñoz, approaching his groups of figures, such as Conversation Piece (Hirschhorn), dating from 1995, which inhabits the Chapel of the Counts of Fuensaldaña, and verifying the suspicion that our presence provokes in them, forcing us to rethink the place we hold at their side.
In the years following the death of Juan Muñoz, multiple trends converged in the discourses surrounding sculpture. Among them were, on the one hand, the return to the aesthetics of Arte Povera, and on the other, the new formal and narrative options provided by the coming of digital technologies in all aspects of contemporary society, and also, of course, in art. In both cases, Juan Muñoz had already been there, whether in the reconsideration of the place of the work of art in relation to space and to the observer characterizing the povera tradition initiated in Italy in the late 1960s, and in the re-evaluation of the material fiction and the spatial trompe l'oeil that came with digital technology, which our artist had already turned into an emblem of his own work.
This exhibition is well aware of the huge role that fiction plays in the contemporary imaginary, and from that perspective it has built up its conceptual framework. As we said right at the beginning of this text, the Baroque tradition plays a major role in its song to the voluble, the unstable and the fragmentary, the whimsical and the apparent ductility of forms. This idea reverberates even more powerfully when we become aware of the place in which we find ourselves, the ancient monastic setting of San Benito el Real, with its beautiful Renaissance sobriety, evocative of a time of absolute truths that bears little resemblance to the time we live in today.