SUSANA SOLANO
acta (dos)
Si algo esperamos de toda obra escultórica, sobre todo desde que desaparecieran el pedestal y las soflamas a la que éste daba sustento, es que ocupe un espacio. Desde finales de los años setenta, a la idea de ocupar, de llenar un lugar, Susana Solano ha sumado la voluntad de producirlo, de crearlo, desde el incesante ejercicio de ampliación de horizontes físicos y conceptuales a los que ha emplazado el descomunal cuerpo de obra que ha realizado en las últimas cinco décadas y en el que continúa inmersa todavía hoy.
Acta (dos) es una exposición producida por el Institut Valenciá d’Art Moderno (IVAM), que tras su paso este verano por Valencia recala ahora en Valladolid adaptándose a los espacios del Museo Patio Herreriano y a las piezas de Susana Solano pertenecientes a la Colección Arte Contemporáneo. Son varias las razones por las que la exposición organizada por el IVAM, que llevaba por título Acta, despertaba poderosamente el interés del Patio Herreriano. Susana Solano es una de las artistas mejor representadas en la Colección, con obra muy relevante de los años ochenta. La muestra valenciana se ocupó fundamentalmente de la obra realizada en las últimas dos décadas, lo que no impidió la inclusión de obras emblemáticas realizadas con anterioridad, y en ella jugaron también un papel importante los proyectos de escultura pública que durante años ha realizado la artista.
Acta (dos) está comisariada por Ramón Escrivá, Conservador del IVAM y responsable de la muestra en Valencia, y Javier Hontoria, Director del Museo Patio Herreriano. A la obra que formó parte de la exposición valenciana se incorpora aquí una mirada complementaria que satisface nuestra voluntad de revisar y reverdecer las obras de la Colección Arte Contemporáneo. Si en la exposición que pudo verse en estas mismas salas hasta no hace mucho, Una dimensión ulterior, situábamos Entre Cuatro, una pieza temprana de Susana Solano, junto a otra reciente de June Crespo, uno de los jóvenes valores de la escultura en nuestro país, en esta exposición Susana Solano se enfrenta a sí misma, pues Entre Cuatro entra en contacto con otras obras suyas realizadas en aquellos productivos y bulliciosos años.
La muestra está dividida en diferentes climas que se desprenden de la gran variedad de materiales que ha utilizado Susana Solano en este casi medio siglo de trabajo. El hierro, el mimbre, el aluminio, el yeso, el plomo… La suya ha sido una investigación de enormes profundidad y magnitud. Al tiempo que acotaba y producía espacio, la artista examinaba la materia y sus diferentes estados forjando una metáfora de lo sólido y lo líquido, de lo que fluye y se desplaza, deslizándose, derramándose, desbordando un espacio o apenas esbozándolo. Asimismo, la exposición revela el interés que por otras culturas ha mostrado Solano, infatigable viajera, y el modo en que los gestos, formas o verbos de tradiciones lejanas en el espacio y en el tiempo se han ido sumando a su trabajo.
La exposición puede verse en las salas 3, 4 y 5 de la segunda planta del Museo y también en la Capilla y en la sala 9. En la capilla se exhibirán las célebres piezas de mimbre que la artista realizó en Madeira en torno al cambio de siglo, un conjunto de obras que fueron expuestas en el Monasterio de Silos en una exposición organizada por el Museo Reina Sofía. A las piezas en mimbre que se presentaron en el IVAM se unen algunas otras, procedentes del estudio de la artista, que contribuyen a reforzar la lectura de tan singulares trabajos. Junto a ellas, en la sala 9, un nutrido conjunto de maquetas para proyectos de escultura pública puede verse en una gran plataforma. Más allá de si fueron o no realizados, estos proyectos tienen un aura incuestionable, y arrojan luz sobre la relevancia del trabajo de la artista en todos los momentos de su carrera y en todos sus campos de acción.
Exposición producida por el IVAM Institut Valencià d’Art Modern y el Museo Patio Herreriano de Arte Contemporáneo Español
SALA 3
Hay en la Sala 3 del museo una bicromía inapelable. Las negras tramas de hierro han sido uno de los conjuntos de trabajo más celebrados en la obra de Susana Solano, obras en las que las referencias a lo arquitectónico juegan una baza esencial. Entre Cuatro, 1990, perteneciente a la Colección Arte Contemporáneo, se muestra aquí rodeada de piezas hermanas, como En busca de un paisaje, 1994, o Trazos, de 2000, obras que reflejan un mismo sentir aristado y rotundo. Esta geometría no debe sin embargo situar su trabajo en el ámbito estricto del minimalismo y sus derivaciones más inmediatas, pues este que vemos en esta sala es sólo uno de los muchos registros en los que se ha venido moviendo la artista, en este caso proclive a una gestión enconada del espacio, habitado aquí por unidades de raíz arquitectónica fraguadas en la retícula más elemental. Hay cierta crudeza en este lugar, una tensión lacerante en el modo en que estas formas cortan y producen espacio. Esqueletos y estructuras severos e inflexibles, volúmenes difícilmente habitables nos anuncian que en ningún lugar de la exposición hará tanto frío como aquí, por más que cierto aliento orgánico, más amable, se adivine en los oros (Or [Oro] I y II), tal vez abiertos a posibles pretextos vitales, a una posible evolución
SALA 4
Las otras dos obras de Susana Solano pertenecientes a la Colección Arte Contemporáneo se encuentran en este espacio, acompañadas, también, de piezas afines. Este es un lugar en el que predominan el plomo, el hierro y la escayola, materiales radicalmente diferentes que demuestran la versatilidad y el afán de comprender que caracteriza todo el trabajo de la artista. Se evidencian con claridad las relaciones entre la quietud y el fluir, entre la geometría y lo vivo, que no sino diferentes estados de la materia, como si Solano empleara o aplicara diferentes metodologías dentro de un mismo trabajo que la transformaran a distinto ritmo, que la llevara a ser una cosa y la otra al mismo tiempo. No sabemos si son recipientes de algo estático o aparatos locomotrices que traen consigo elementos igualmente dinámicos: las tres obras que vemos en esta sala, Tri-ciclo-clinium, 1986, El teu nom, 1987, y No lo sé, 1987, realizadas con apenas meses de diferencia, pertenecen al momento en que Susana Solano ya había llegado a la posición de privilegio en el marco del nuevo arte realizado en España y su obra gozaba ya de un importante eco en el escenario internacional. En 1987 participó en los dos eventos más importantes del calendario internacional, la Documenta de Kassel y el Proyecto de Escultura de Münster. El primero tiene lugar cada cinco años. El segundo, cada diez (una maqueta de la pieza presentada en Münster puede verse en la Sala 9).
Pasado el pequeño muro que corta la sala en dos vemos otros tres trabajos de primera época, La Lluna nº 4, perteneciente a la Colección Arte Contemporáneo, y otros dos que vienen a dialogar con ella, ambos procedentes de Barcelona, Pedris, II, perteneciente a la colección del MACBA, y Deposit d’Ombra. Asistimos a un diálogo entre materiales antagónicos como la escayola y el acero, éste estructural, aquél epidérmico. La escayola es en estas obras una piel áspera y rugosa como las texturas de la antiforma, aquella estética que predominó en los años 60 y 70 y a cuya revisión se incorporó Solano en la década de los ochenta (la antiforma, como su contrario, el minimalismo, viene y va cíclicamente, como todas las modas). Se asomaría Solano a la obra de artistas como Eva Hesse, que desapareció muy joven, o de otros creadores como la fabulosa Marisa Merz, que acaba de morir, o su no menos atractivo compatriota Pier Paolo Calzolari. Las tres piezas tienen un “afuera” al que se les supone un “adentro”, algo de habitáculo y algo de objeto abstracto, la piel blanca y un negro enigma en el alma.
SALA 5
La Sala 5 está concebida como un fluir que casi podríamos considerar como literal. Aquí la temperatura es otra. Aunque el material pueda suscitar cierta frialdad, hay un movimiento que se hace más y más intenso a medida que avanzamos en la sala. El primer espacio de esta sala está magnificado y desvirtuado por los reflejos de su reciente serie de Muecas, un conjunto de obras de pequeño y medio formato de acero inoxidable con los que mantenemos una relación ambivalente. Nos fijan al espacio y a la vez nos ofrecen imágenes esquivas y fragmentarias de nosotros mismos. Son piezas que delatan la preferencia por los formatos menores hacia los que viene inclinándose la artista recientemente, más alejada de la monumentalidad y más cerca de una labor más manual y un contacto más íntimo con el material, aunque nunca fue lo contrario, conviene apuntar, pues la relación de Solano con el material siempre fue directa. Aquí vemos la pieza Estació, una pieza realizada en hierro galvanizado en 1987, aquel año decisivo para la artista. En la Sala 4 vemos obra de ese mismo año en hierro y plomo, tan diferentes, lo que da cuenta del abanico tan variado de registros que ha cultivado la artista, de su ilimitada curiosidad por el comportamiento del material. Casi 30 años median entre Estació y Full de ruta III (Mikel Essery-2007 a Mareb, Yemen). Comparten las dos una rígida geometría, pero la segunda incorpora una fotografía de una arquitectura del país árabe, replicada, tal vez, en la parte superior de la obra.
En el siguiente espacio, todo un elenco de obras realizado en aluminio magnesio ocupa el espacio de una forma orgánica y musical. El movimiento es constante, el ritmo alegre. Aquí están los homenajes a Philip Guston, el célebre pintor estadounidense, una serie de planos combados con decisión que tienen algo de la caricatura, férreamente ligados al espacio, como si hubieran sido plegados por él. Una gran forma vertical, Onmbra mai fu, como un raro ser natural, nos sitúa ante un gran friso ondulante que a su vez nos invita a pasar a la sala final, como si fuera una enredadera que creciera en el espacio y que sólo pudiera ser frenado por los límites de la arquitectura. Aquí se encuentra África, una de las obras emblemáticas de Susana Solano, una geografía color café con ritmos de vacíos y llenos, sólidos y maleables, un lugar que parece resistirse a asumir una geometría certera y definida, como perseverando en mantener cierto misterio en torno a sí.
CAPILLA
Piezas de mimbre y de médula de rattan realizadas en los albores del nuevo siglo pueblan el espacio de la Capilla. Algunos fueron presentados en 2003 en el Monasterio de Silos, en Burgos, en una muestra programada por el Museo Reina Sofía. Quieren ocupar el espacio sutilmente. Aunque su envergadura sea notable, tienen una escala razonable, en el marco de la arquitectura que ocupan. Tienen especial relevancia estas piezas a la luz de los modelos de producción contemporáneos y de la relación que trenzamos con el material en una época en la que este está sujeto a las evoluciones trepidantes a las que le arrastra la era digital. Solano realizó estas piezas siguiendo métodos vernáculos, llevada por su interés en los modos de hacer, en el modo en que la humanidad construye y produce las formas que forjan lo propio. Hay dos estructuras de corte arquitectónico, tal vez un habitáculo, quizá una torre; hay también una suerte de vaina abierta de la que se deduce un interior, como ocurre con las piezas de escayola en la Sala 4. Ocurre como en todo el trabajo de Susana Solano. La ambivalencia de la relación entre interior y exterior, con un “adentro” que se intuye pero siempre desde la certera presencia de una piel exterior, se proyecta a lo largo de toda su carrera. La austeridad de estas formas se adhiere a la sobriedad de la arquitectura de esta Capilla, el espacio más emblemático del museo.
SALA 9
En la Sala 9, junto a la Capilla, un conjunto importante de maquetas y proyectos para escultura pública que la artista ha realizado durante toda su carrera, se derraman a lo largo y ancho de una gran plataforma blanca. Son maquetas, sí, pero tienen estatus de obra autónoma por derecho propio. Se encuentran en ese espacio ambiguo en el que Susana Solano sitúa su obra, en las antípodas de la literalidad. Realizadas con vistas a convertirse en grandes piezas para espacios públicos, muchas de las obras que aquí se exhiben ocupan espacios urbanos o naturales. Vean la maqueta de esa gran pieza construida en un bosque toscano, Acotación, 1990, una gran estructura con forma de contenedor o cubeta. La inclinación de sus lados hacia el interior permite la acumulación de la nieve en su exterior, insistiendo así en esa ambivalencia tantas veces citada en este recorrido. También puede verse aquí el proyecto de Leganés, un paisaje silueteado en el marco de un espacio urbano y muy ligado a la escala humana en su versión real; o el de Münster, inscrito, por el contrario, en el ámbito más amplio de la historia y la memoria.