PIEDAD ISLA
Un testimonio fotográfico
[English version below]
El programa del Museo Patio Herreriano se ha asomado en fechas recientes a una idea de progreso que ha adoptado diferentes formas narrativas y se ha materializado en un amplio arco de disciplinas, como la fotografía, el vídeo, la escultura o la instalación. La mirada crítica de Irene de Andrés en torno al fenómeno del turismo en Ibiza como errática visión del desarrollo económico; la recuperación, por parte de Alejandro S. Garrido, de las barriadas llamadas “Corea” y del estigma que vivieron desde su creación a principios de los cincuenta, o la reflexión insobornable de Eva Lootz sobre el progreso asociado al material y al trabajo y las derivas de la colonización son algunos de los asuntos que esta institución ha abordado para dar cuenta de las contradicciones y la complejidad de nuestro tiempo y de nuestra historia.
La exposición que ahora presentamos en torno a Piedad Isla, que realizó toda su obra en Cervera de Pisuerga y alrededores, acude nuevamente a esa idea de progreso, pero lo hace desde un sentido que no es tan crítico como consciente del terreno ambivalente en el que se halla la obra de la fotógrafa palentina, entre el desarrollo y el olvido que éste trae consigo, pues el carácter obsolescente de las cosas de las gentes, de sus ajuares, de sus quehaceres, ocupó a Piedad Isla durante toda su vida. Su carrera arranca a principios de los cincuenta, con sus primeras incursiones en el territorio de la fotografía en una estancia en Oviedo. El año 1953 es importante para ella, y también para el país en el que vivió, pues la economía española disfrutó entonces de un primer repunte gracias al dinero americano, recordarán que los barrios llamados “Corea” que retrató Alejandro S. Garrido en su exposición “Ciudad y progreso” tienen su origen en las ayudas que el gobierno de Eisenhower ofreció a Franco en los conocidos como Pactos de Madrid. Ese año, Isla compra una cámara Kodak con la que empieza a satisfacer, entre otras cosas, las necesidades de las nuevas normativas burocráticas. Fotografía tras fotografía, Piedad forjó una singular forma de representar su entorno, ya fuera desde lo que el nuevo tiempo demandaba en términos técnicos o desde la voluntad de narrar lo vivido. Es por esto que la mirada a la vida cotidiana de Cervera convive en esta exposición con su propio trabajo profesional, que consistía en retratar a la población, acudiendo a menudo a procedimientos y medios técnicos rudimentarios, como las sábanas blancas que utilizaba como fondo y que le sitúan próxima a ese gallego coetáneo que fue Virxilio Vieitez.
El interés de la fotógrafa en los grupos sociales, en los gremios y, sobre todo, en las franjas generacionales, le llevó a realizar un registro de la vida rural castellana que tiene como mayor virtud la capacidad de deslizarse en el corazón de sus motivos. La distancia entre cámara y motivo es mínima, fruto del hecho irrefutable de que Piedad formaba parte del mundo que retrataba. Niñas y niños y hombres y mujeres mayores acapararon una parte importante de su producción, reflejo no solo de los ritmos vitales sino del fluir del tiempo, de lo que viene y se va, algo que conecta con la posición etnográfica desde la que observa el mundo y que se materializa en el museo que hoy lleva su nombre, armado en la casa donde vivió. Registró las celebraciones populares y los festejos de carácter religioso; participó de la intimidad de las familias, abrió el objetivo y observó la población en su totalidad. Tanto en interior como en exterior, el dominio de la composición es, como delata el conjunto de fotografías que aquí se muestra, sobresaliente. Entre las numerosas vertientes en las que se desarrolló su trabajó destacan también sus colaboraciones con diferentes medios de comunicación, entre ellos el Norte de Castilla, cuyo director, Miguel Delibes, a menudo publicó sus fotografías.
Una prueba de la relevancia del trabajo de Piedad Isla es el ya célebre el elogio de Cristina García Rodero a Piedad Isla cuando afirma que la palentina fue su referente sin saberlo. Isla, ignorándolo también, podría insertarse en una tradición fotográfica que entronca con las prácticas nacionales e internacionales de posguerra. La modernidad, cuando no radicalidad, con la que Isla se aproxima a la composición se aleja de los parámetros meramente costumbristas y avanza hacia un territorio que encuentra ecos en figuras de la Escuela de Madrid o de focos catalanes diversos. Muchos recordarán a Gabriel Cualladó, cuya obra pudimos ver en estas mismas salas hace ahora dos años.
Junto a las fotografías de Piedad Isla se muestran dos películas de José Val del Omar realizadas en la década de los treinta del siglo pasado. Desde diferentes perspectivas, el documento antropológico de Fiestas Sagradas/Fiestas profanas y otra más intimista, la “filigrana amable”, como llamó Gonzálo Sáenz de Buruaga, la deliciosa Película familiar, con el propio Val del Omar, su mujer y sus hijos como protagonistas. Se establecen así genealogías entre dos figuras distantes en el tiempo y en el espacio, la España republicana en la que tan activo estuvo el cineasta y la España franquista en la que forjó su carrera Piedad Isla.
Piedad Isla
A Photographic Testimony
From 8 May to 19 September
In recent years, the Museo Patio Herreriano’s programme has reflected upon an idea of progress that has adopted different narrative forms and has materialized in a wide range of disciplines, such as photography, video, sculpture and installation. Irene de Andrés’ critical view of the phenomenon of tourism in Ibiza as an erratic vision of economic development, Alejandro S. Garrido’s recovery of the so-called “Corea” neighbourhoods and the stigma they have experienced since they were built in the early 1950s, and Eva Lootz’s incorruptible reflection on the progress associated with material and labour and the consequences of colonization are just some of the issues that the institution has taken on to try and explain the contradictions and complexity of our times and history.
The exhibition we are now presenting on Piedad Isla, who produced all her work in and around Cervera de Pisuerga, returns to this idea of progress, but does so in a sense that is not so much critical as aware of the ambivalent terrain in which the photographer’s work is to be found, somewhere between development and the oblivion it brings with it, since the obsolescent nature of the things of people, their belongings and their chores, occupied Piedad Isla throughout her life. Her career began in the early 1950s, with her first forays into photography during a stay in Oviedo. 1953 was an important year for her, and also for the country she lived in, as the Spanish economy was enjoying an initial upturn thanks to American money -that the origin of the neighbourhoods known as “Korea” and portrayed by Alejandro S. Garrido in his exhibition “City and Progress” lies in the aid offered to Franco by the Eisenhower government under what were known as the Madrid Pacts. That same year, Isla bought a Kodak camera with which she began to satisfy, among other things, the needs of the new bureaucratic regulations. Photograph after photograph, Piedad forged a unique way of depicting her surroundings, whether from what the new times demanded in technical terms or from the desire to narrate what she had experienced. This is why Cervera’s view of everyday life coexists in this exhibition with her own professional work, which consisted of portraying the population, often using rudimentary procedures and technical means, such as the white sheets she used as a backdrop and which place her close to her Galician peer Virxilio Vieitez.
The photographer’s interest in social groups, guilds and, above all, generational strata, led her to record rural life in Castile, the greatest virtue of which is her ability to slip into the heart of her subjects. The distance between camera and subject is minimal, the result of the irrefutable fact that Piedad was part of the world she portrayed. Girls and boys and older men and women made up a significant part of her production, reflecting not only the rhythms of life but also the flow of time, what comes and goes, something that connects with the ethnographic position from which she observes the world and which is materialized in the museum that today bears her name, set up in the house where she lived. She recorded popular celebrations and religious festivities; she took part in the intimacy of families, opened her lens and observed the population as a whole. Both indoors and outdoors, her mastery of composition is, as the group of photographs shown here reveals, outstanding. Among the many areas where she worked, her collaborations with different media also stand out, including the newspaper El Norte de Castilla, whose director, Miguel Delibes, often published her photographs.
Proof of the relevance of Piedad Isla’s work is Cristina García Rodero’s now famous encomium for her, when she states that the artist from Palencia was her point of reference, even though she didn’t know it at the time. Isla, also unaware of this, could be included in a photographic tradition that connects with national and international post-war practices. The modernity, if not radicalism, with which Isla approaches composition moves away from the merely costumbrist parameters and advances towards a territory that finds echoes in figures from the Madrid School or diverse Catalan focal points. Many will remember Gabriel Cualladó, whose work we saw in these same rooms just two years ago.
Together with the photographs by Piedad Isla, two films by José Val del Omar are shown, made in the 1930s. From different perspectives, the anthropological document that is Sacred Festivities/Profane Festivities, and another more intimate one, the “gentle filigree”, as Gonzálo Sáenz de Buruaga called the delightful Family Film, starring Val del Omar himself with his wife and children. Genealogies are thus established between two figures distant in time and space, the Republican Spain in which the filmmaker was so active and Franco’s Spain in which Piedad Isla forged her career.