PAISAJES DEL LÍMITE
José Guerrero y Nico Munuera con Díaz Caneja de fondo
[English version below]
Límite. Del límite. Paisajes del límite. Abrir el campo, de lo particular a lo general, y comprobar que un límite no es tal sin campos, realidades o magnitudes a uno y otro lado. En el ámbito del paisaje es el horizonte el que tradicionalmente ha encarnado el concepto de límite, separando el cielo de la tierra, lo tangible de lo etéreo. En la obra del fotógrafo José Guerrero y del pintor Nico Munuera, los dos artistas que dan forma a este proyecto, el horizonte se configura como elemento estructural pero los dos lo perciben desde prismas diversos. Si en Guerrero (Granada, 1979) el horizonte es firme y nítido, en Munuera, (Lorca, Murcia, 1974) éste no es sino una línea veleidosa y dúctil, si es que alguno alcanza la categoría de línea o si podemos todavía llamarlo horizonte. Desde sus respectivos lenguajes, los dos abordan la construcción del paisaje y cuanto de liminal abunda en ellos, y observamos un interés común por trascender los límites físicos de la obra. Hay, por tanto, en nuestro recorrido por sus respectivos ámbitos, una sucesión de horizontes y una reiterada suma de lindes y fronteras, ya sea en el marco preciso de cada imagen individual o en el conjunto que se despliega en el espacio.
En la gestación de esta exposición ha habido dos referencias importantes. La primera, visible en las salas, familiar y cercana, es la de nuestro ilustre vecino Juan Manuel Díaz Caneja, a quien el Museo dedicó no hace mucho una exposición individual. Su presencia en esta muestra pretende abrir posibles diálogos con la obra de artistas de generaciones sucesivas. Son conocidos la “estratificación” a la que el palentino sometía a su propia mirada, el gesto geológico desde el que representó el paisaje castellano, los ocres, los tonos cansados… Hay en las obras de Guerrero y Munuera un sentir afín a algunas de las pautas más conocidas de Díaz Caneja. La otra referencia, más velada y abstracta y, por qué no, más compleja, es la del cine de Robert Bresson, que acompañará, con el ciclo que a su figura dedicamos, a nuestro programa expositivo en buena parte del otoño. Bresson ha sido una referencia importante no sólo para cineastas más jóvenes sino para quienes han abordado el problema de la forma y el estilo en toda creación, y esto incluye también a quienes se dedican a organizar exposiciones. La precisión analítica con la que el autor francés construye cada plano y el modo en que éste se desliza en el siguiente o absorbe al anterior, algo crucial en su práctica, son síntomas muy visibles en las obras de Guerrero y Munuera, ya sea en su solvencia como trabajos autónomos o como partes de un engranaje mayor.
De José Guerrero, cuya obra puede verse en la Sala 2, hemos seleccionado dos de sus series en las que el paisaje se revela con mayor rotundidad: La Mancha y Sierra Nevada. Son dos conjuntos de imágenes en los que el fotógrafo logra encontrar un equilibrio entre la voluntad de dar testimonio del lugar y un interés por la construcción misma de la forma, con fuertes ejes visuales que marcan y determinan el encuadre. Es en sus paisajes manchegos donde encontramos ecos de la telúrica y agreste mirada castellana típica de los cuadros de Caneja, una honda constatación del estar en el paisaje si es que no es paisaje en sí mismo la pintura. La luminosa textura de las fotografías de La Mancha contrasta con la densa negritud de la montaña granadina en época de deshielo, momento transitorio e impreciso en el estatus de este motivo, que contrasta con la impecable factura de la imagen.
El trabajo de Guerrero no acaba en la producción de la fotografía. Es en la gestión del espacio en el que se muestran sus imágenes -y aquí es donde volvemos a Bresson- donde se ultiman las cualidades más reconocibles en la obra del granadino. El horizonte que estructura las imágenes de La Mancha aparece, por tanto, multiplicado y el límite rehúye el carácter estático que de él esperaríamos para tornarse en dinámico gestor del espacio. En las fotografías de Sierra Nevada, por el contrario, el horizonte se ausenta, pero los ejes visuales determinan zonas cromáticas, lo que en pintura conocemos como “campos de color”, siguiendo la tradición del Expresionismo Abstracto, tal vez un Franz Kline. No debe sorprender que muchos sitúen a Guerrero en la estela de los fotógrafos que han explorado el gran paisaje americano.
La pintura de Nico Munuera, insobornablemente abstracta, ha explorado la línea del horizonte como emblema del límite desde los inicios de su carrera, si bien en estos últimos años ha venido combinando su conocido interés por la vibración cromática de las superficies con una exploración de corte analítico y conceptual en torno al color. El límite es difuso, huidizo y resbaladizo en la obra última de Nico Munuera. Inclinado recientemente hacia motivos topográficos, ha investigado la relación entre tierra y mar en el litoral valenciano, donde reside. Si en Guerrero vemos la certera separación entre tierra y cielo, Nico Munuera hace visible su interés por encuentros más imprecisos y volubles, tal vez el del mar con la tierra. Se abismaba, hace un tiempo, el pintor ante la imprecisión de los mapas a la hora de establecer los límites de la costa. Seducido ante el variable recorrido de las olas y la indefinición de las marcas que dejan sobre la arena, Munuera recordaba a Italo Calvino y su Palomar, el célebre personaje que trataba infructuosamente de reconocer una misma ola en la eterna secuencia del oleaje.
La sala 1 está habitada por pinturas y dibujos de Nico Munuera sobre soportes variados, telas, maderas, papel… El ritmo es ágil, pero la intensidad de las superficies absorbe la mirada de quien a ellas se acerca. Un gran políptico de pequeñas piezas pintadas delata la percepción analítica de la pintura, una aproximación conceptual que trasciende lo contemplativo. Hay un anhelo de desbordamiento, visible en el modo en que la pintura ocurre sólo en los márgenes, que tiene que ver con todo lo que no son capaces de retener las imágenes, con todo lo que ocurre fuera del marco que es también parte indisociable de la pintura. Esa es la riqueza del límite en la obra de Nico Munuera. Separa campos, define espacios, pero, como el propio paisaje de Caneja, son lugar y tiempo en sí mismos.
We need to zoom out, from the specific and out onto the general, in order to understand that a limit is not such thing without a field, a reality or a magnitude on either side of it. In the field of landscape, horizon is the element that most usually epitomises the limit. It separates the earth and the sky, the tangible and the ethereal. Horizons structures the work of the two artists on show here, but the limit it conveys is perceived from diffferent perspectives. For photographer José Guerrero (Granada, 1979) horizon is firm and precise, whereas for painter Nico Munuera (Lorca, Murcia, 1974) it is a capricious and ductile line, should we allow ourselves to perceive it as a line or even call it “horizon”. From their respective mediums, both artists approach the construction of landscape and their posible limits while simultaneusly examining the possibility of trascending their edge and step out onto the exhibition space. A reiteration of borders and frontiers thus appear in both rooms, be them within each individual work and in the wider context of the exhibition space.
Two major influences lie at the heart of this project. On the one hand, our neighbour Juan Manuel Díaz Caneja, subject of a solo show in this museum not too long ago. His inclusión in this show seeks to open posible new dialogues with younger generations of artists like Guerrero and Munuera. The way he stratified his gaze, the geological gesture with which he addressed “his” Castillian landscape, his ochre tones and the fatigue of his palette are features that remain familiar to all of us here. The other reference, perhaps more abstract and complex, is that of French filmmaker Robert Bresson, who will also be the subject of a film screening session in the following weeks. Bresson is a key figure and a major influence for not only younger generations of artists but to whoever has reflected upon ideas revolving form or style. This also includes exhibition making. The analytical precision with which the French filmmaker constructs every shot and the way they slide onto the next one or absorbe that which precedes it is a major concern in his practice. Significantly, these are symptoms that are also visible in the works of Guerrero and Munuera.
Installed in Room 2, José Guerrero’s photographs belong to two series in which landscape is addressed to in straightforward fashion, La Mancha and Sierra Nevada. In these works, Guerrero presents his will to register or witness the reality of a place while pointing at his interest in the construction of form, with strong visual axis that determine the framing of his subjects. In his landscapes of La Mancha, we hear echoes of Díaz Caneja’s teluric concerns and the deep impression of being in the landscape (might his painting be landscape itself?). The luminous texture of these photographs match the dense obscurity of the mountains of the Sierra Nevada series, the shots taken in the melting season, a moment of transition that contrasts with the impecable quality of the image.
In Guerrero’s photography, installing the photographs in the exhibition space is as important of the production of the images themselves. Here we return to Bresson, for whom montage, which is the equivalent of the installing in the artistic realm, is of great importance. Horizons as structuring elements in La Mancha appear as a multiplied and repetitive sign. They ellude the static condition we might expect of it to turn into a dynamic organiser of space. On the contrary, in the photographs of Sierra Nevada, the horizon is absent, but the strong visual axis that detemrin chromatic áreas evoke the “color field” characteristic of painting, following America’s Abstract Expressionism, perhaps reminding of someone like Franz Kline. No wonder Guerrero has often been described as heir of the tradition of the great American landscape photography.
Nico Munuera’s stubbornly abstract painting has explored the line of the horizon as an epitom of the concept of limit for years. In recent times, however, his work has combined his interest in the chromatic qualities of surface with an analytical and conceptual research on the properties of colour. The limit in his recent work is diffuse, elusive and slippery and, surprisingly enough, it finds links with one of his major recent leitmotifs: topography. He is keenly researching on the imprecise encounters between earth and sea and he is growingly fascinated by maps inability to establish the limits of the shoreline with total precision. Seduced by the changing condition of waves and the undefined traces they leave on the sand, he recalls Italo Calvino’s lovely Palomar, who kept failing to recognise one concrete wave within the eternal currents of the sea.
Room 1 is inhabited by paintings and drawings on a varied array of media, mostly canvas, paper and wood. The rhythm in the space is agile but this also allows careful and patient reflection such is the chromatic intensity of the surfaces. A big polypthic of small wooden pieces points to Munuera’s growing interest in analytical procedures, a conceptual approach that goes beyong contemplation. There is a desire to exceed the margins of the surface, and, in fact it is in the margins where paint lays. This might evoke all that images can not retain, all that occurs outside the surface but which unavoidably belongs to painting. This is the richness of Munuera’s limit. It separates fields and defines spaces but it is time and space itself.