El pretexto formal al que acude López en la Sala 9 es el fresco original que se encuentra en la luneta del muro del fondo. Parte de la superficie ha sufrido los lógicos estragos del paso del tiempo. Hay aquí un ejercicio de arqueología, mediante el que se remonta al pasado del espacio. Hace uso también, y esto es algo que ocurre asimismo en la Capilla, de un recurso reiterado en su trabajo: convertir el fragmento, el jirón de una forma, en una suerte de tipografía propia con la que construir un alfabeto, y, por ende, sugerir la posibilidad de que los espacios que interviene puedan ser leídos. Los fragmentos y posibles tipografías se crean aquí a través de un método industrial, chorros de arena a presión, que liberan el yeso del muro y descubren tonalidades imprevistas que proceden de pasados próximos y no tan próximos, en un afanoso hurgar en la memoria del lugar. López ha abstraído imágenes del fresco (un entablamento, parte de un capitel, el halo de un santo…) y también de zonas ya vacías, desbastadas por el tiempo.
En la intervención de la Capilla, López pone sobre la mesa otra forma de hacer que no es menos suya. Es éste un espacio cargado de ambivalencias, un lugar, si nos permiten, bastardizado. Ha habido mucha investigación en esta intervención, pues ha explorado el ritmo de los arcos, la posible inflexión de las nervaduras, los añadidos y los palimpsestos a los que éstos dieron lugar. Ha visitado la capilla del Museo Nacional de Escultura, pues Juan Carlos Arnuncio, el arquitecto que remodeló nuestra Capilla, le sugirió que ahí encontraría claves importantes.
La arquitectura de la capilla tiene una remodelación extraordinaria, pero deja muchos cabos sueltos en términos del sentido y el ritmo de sus elementos. Arcos truncados, nervaduras difusas, una relación con el ala del claustro tal vez creíble pero de todo punto imprecisa… De esa sensación de extrañamiento fue pronto consciente el artista, que asumió que el tiempo había jugado a su gusto en la superposición de las diferentes capas estilísticas. Es a esto a lo que se aferra López, quien propone, desde la ficción, elementos de construcción contemporáneos, cerchas de naves industriales que destacan por su neutralidad y su carácter estandarizado. De algún modo, estas cerchas tienen algo del signo que siempre persigue el artista, pues, en este caso, y desde su forma triangular, que bien podrían evocar comillas dobles bajas, paréntesis, corchetes u otras formas de puntuar la escritura, análogas al modo en el que López da ritmo al espacio.
Hay algo chocante en la factura de estas estructuras, pues emergen de la piedra original, y tienen su misma textura, apelando a un guiño temporal y a la sugerencia de que estas estructuras modulares pudieran haber estado siempre ahí, como una continuidad de las nervaduras quebradas del espacio. Si la acción que propone López en la Sala 9 busca pasados a partir de una imagen -el fresco- dañada por el tiempo, en la Capilla propone un contrapunto de gran rotundidad, pues desliza posibles nuevas soluciones formales en lo que constituye una contribución a las capas estilísticas que los siglos y los diferentes estilos constructivos fueron sumando. Las cerchas son elementos industriales y estandarizados que tienen poco del sentido de originalidad, unicidad y prestigio que tendemos a atribuir a la arquitectura histórica. Juan López, que tiende siempre a jugar a la contra, desliza estas formas en la conversación en torno al clasicismo que deslumbra en este museo, agitando la norma, desdiciendo el canon.