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Enlaces + Dos

Fecha:
Del 20 de junio al 15 de octubre de 2006
Lugar:

Ultimas adquisiciones

Colección Arte Contemporáneo

Enlaces+Dos. Últimas adquisiciones. Colección Arte Contemporáneo presenta, dos años después de aquellos primeros enlaces, nuevos ámbitos que siguen completando la colección permanente del museo. En esta ocasión, junto a la presentación de obras de reciente adquisición, se han seleccionado otras que hasta el momento no habían sido nunca expuestas. De este modo, el nuevo conjunto se formula también como una rotación de la colección del museo.

 

Enlaces+Dos se dispone alrededor de dos focos de atención preferentes. Por un lado sigue ampliando uno de sus núcleos más importantes, las obras del primer tercio del s. XX, a través de una relectura del arte nuevo y las vanguardias históricas. Por otro lado prosigue la prospección en torno a las formas y prácticas del arte más actual, convirtiéndose en una prolongación, que aporta visiones complementarias a la anterior presentación de Enlaces.

El arte nuevo

Hacia 1917 la necesidad de modernizar el panorama artístico en España era ya una evidencia para muchos de los protagonistas de la aventura vanguardista. La renovación se abordó a través del encuentro de influencias muy variadas, lo que proporcionó un fructífero diálogo entre tradición y modernidad. Las soluciones adoptadas por los artistas fueron complejas, entremezclando ámbitos y referencias que provenían del noucentismo, del retorno al orden, del cubismo y del surrealismo. Movimientos y estilos cuyo arraigo en el escenario español acabó por conformar una sensibilidad peculiar hacia la renovación artística que se ha denominado arte nuevo.

Algunas de las propuestas más interesantes se dan en Cataluña, que por estas fechas es un escenario donde es posible encontrar obras radicales como las de los uruguayos Rafael Barradas y Joaquín Torres-García junto a otras de corte noucentista como las de Joaquim Sunyer o Manolo Hugué, de los que se presentan dos nuevas obras. Otro de los focos importantes se desarrolla a través de un diálogo con París que genera derivas del cubismo y contaminaciones surrealistas. Especialmente importantes son los artistas de la llamada “figuración lírica”, como Francisco Bores o Pancho Cossío, de los que también se incorporan nuevas piezas. Junto a las obras de Miró y Dalí, las propuestas de inspiración surrealista de la colección se completan a través de dos sensibilidades distintas. Por un lado la del denominado “surrealismo telúrico”, con ejemplos de José Moreno Villa y Maruja Mallo. Por otro se amplía la vertiente más “paranoica” del mismo con obras de Óscar Domínguez, Planells, Bernal o Massanet.

 

Dibujar en el espacio

La pérdida de peso y materia dota de un carácter distintivo a las esculturas de un grupo de artistas de origen español en torno a los años treinta. Junto a la monumentalidad y solidez de la escultura entendida como volumen cerrado se abren paso ideas divergentes, basadas en una lógica diferente de las relaciones entre volumen y espacio, y en un replanteamiento de los materiales y técnicas escultóricas.

El concepto, inicialmente formulado por Julio González, de dibujo en el espacio descubre las posibilidades del uso de la línea para activar el espacio circundante, inerte, organizando la composición del mismo modo que los trazos de un dibujo sobre un papel en blanco. Las esculturas se construyen, no a través del modelado de un volumen, sino del espacio atrapado en un entramado de ritmos y tensiones que sugieren más que imponen la presencia de formas sugerentes y sensaciones de lleno y vacío. En este sentido la relación entre dibujos y esculturas invita a realizar lecturas cruzadas de los mundos poéticos de Julio González, Ángel Ferrant, Leandre Cristòfol y Moisés Villèlia.

La sala se cierra con una selección de obras de artistas que desarrollaron su obra en el exilio, como Maruja Mallo, Alberto Sánchez u Óscar Domínguez. Estos artistas mantienen lazos con su país de origen a través de una sensibilidad común que tiene su raíz en el espíritu de renovación compartido en los años treinta.

El gesto en la materia

En el clima de la posguerra, a mediados de los años cuarenta, un grupo de artistas españoles daban forma a través de sus obras a un nuevo modo de abstracción expresionista y matérica que se denominaría informalismo. El silencio forzado de la sociedad civil conducía el trabajo de los artistas hacia una poética del gesto, donde las obras destilaban el pesimismo social y existencial a través de recursos comprometidos con el propio soporte de la pintura. Las obras gritaban a través de los trazos más simples y de los materiales más humildes y expresivos. En esa exploración el lienzo mismo llegaba a ser retorcido en jirones desgarrados, se transformaba en tela metálica o se convertía en un impenetrable muro.

En la segunda mitad de los ochenta las obras reconquistan, tras las sensibilidades más geométricas y conceptuales, su vocación expresiva entendida desde la más completa libertad y se afirman invadiendo y modificando el espacio con una creciente tendencia al gran formato. El nuevo expresionismo coincide con el antiguo en su gusto por el papel dominante de la materia, pero se retoma desde planteamientos distintos. Los ochenta recuperan sin complejos la pintura como un componente válido para reflejar y retener momentos anteriores de la propia pintura, ahora sin el peso de una militancia política o estilística.

Otras realidades

Algunos artistas eligen indagar donde nadie parece querer hacerlo. En unos casos porque el objeto de atención es conflictivo, en otros porque, aparentemente, no hay nada que mirar. En ambos casos se trata de proyectar una mirada oblicua que sirva para señalar zonas de discordancias y contrastes. Las obras de este ámbito tratan de poner en evidencia diferentes realidades sociales y políticas de nuestro mundo. El conflicto palestino-israelí aparece, bajo la forma de instalación, en la obra de Santiago Sierra, siempre atenta al desvelamiento de las contradicciones más agudas, mientras que la pieza de El Perro cuestiona los presupuestos en que se basan las democracias occidentales. Los invernaderos donde trabajan buena cantidad de emigrantes, mostrados como espacios desocupados, es el tema elegido por Montserrat Soto para mostrar el reverso de estos centros de producción económica.

Las ciudades contemporáneas son uno de los territorios más confusos y problemáticos. Las deconstrucciones neoyorkinas de Isidro Blasco o las favelas de las megalópolis brasileñas de Dioniso González ponen en cuestión las lecturas inculcadas en clave de progreso de la sociedad actual. Del mismo modo la representación que Pierre Gonnord hace de los olvidados y marginados o los inquietantes espacios abandonados de MP&MP Rosado nos recuerdan que nuestro mundo está lleno de zonas de sombra.

La pintura en el laberinto

Tras los reduccionismos minimalistas, el enfriamiento del pop y la recuperación del gesto en el neoexpresionismo, la pintura ha desarrollado una nueva autonomía, basada menos en la investigación en torno a sus propios medios disciplinares que en un uso liberalizado de los mismos. El espacio del cuadro, alejado del rigor del formalismo típico de la abstracción moderna, se vuelve flexible y permite la mezcla de tradiciones pictóricas.

Predomina el tratamiento del gesto pictórico como si fuese un signo, esquematizado, enfriado, distanciado de cualquier carga subjetiva. La retícula se ha convertido igualmente en un signo pictórico y se ha desarrollado hasta convertirse en un sistema complejo que, en vez de servir de estructura organizadora del espacio, se convierte en un laberinto. La pintura adopta una disposición de palimpsesto, donde se funden la sedimentación de estratos y la superposición de formas, estilos, colores, gestos y tramas.

 Reconstrucciones imaginarias

La ciudad contemporánea parece abocada a una dialéctica de permanente destrucción-reconstrucción. Nuestra idea de paisaje se ha visto alterada por el proceso de urbanización que aboca al territorio a un estado de permanente construcción. Esta transformación afecta a nuestra vida cotidiana y a las percepciones que tenemos de nuestro entorno: edificios en estructura, cimentaciones a la vista o calles remodeladas se han convertido en una presencia insistente en nuestra retina.

Infraestructuras y edificios de nueva planta, en distintas fases de su construcción conviven con edificaciones que han perdido su función original y están en proceso de convertirse en ruinas. En su principio y en su fin la arquitectura permanece deshabitada. En la visión del artista posmoderno, que casi sólo trabaja con referentes gastados, imágenes de imágenes, el mito de lo moderno en arquitectura, la solidez de los espacios abstractos y desornamentados convive con la ruina romántica, que recuerda la caducidad de toda utopía.

Estructuras cruzadas

La pintura y la escultura hace tiempo que han dejado de ser sólo soportes de la representación y algunos artistas exploran las posibilidades que se ofrecen al pensar en las mismas como puros soportes, como objetos. Esto no significa que se abandonen todas las funciones tradicionalmente ligadas al desarrollo de estos modos de representación. De hecho cada uno de ellos arrastra todas las referencias que se han ido ligando a las nociones sucesivas de que es y ha sido una “pintura” y “una escultura”. Frente al aparente agotamiento de sus capacidades significativas, ambas se afirman en la conciencia de su propia tradición y sus posibles derivas.

En este proceso de objetualización las esculturas adoptan recursos de lo pictórico y la pintura deviene escultura. De este modo las obras de Peio Irazu refuerzan los juegos de descomposición de planos con su tratamiento como superficie pictórica, la agregación de elementos materiales da como resultado una pintura solidificada en la de José María Guijarro, mientras Ángela de la Cruz  y Daniel Verbis llevan hasta sus últimas consecuencias el deslizamiento entre los soportes. Desde otro punto de vista Txomin Badiola aprovecha los resquicios creados por la caída del formalismo para la escenificación de nuevos problemas ligados a la construcción de la subjetividad.

Mundo de apariencias

El arte se encuentra siempre sujeto a la dialéctica entre lo real y lo ficcional. Esta indeterminación permite la escenificación de las distintas tensiones que atañen a la representación. Las implicaciones derivadas de las nuevas relaciones entre lo natural y lo artificial alimentan la obra de Daniel Canogar en su recreación de una nueva naturaleza, mientras que, desde un punto de vista más metafórico, Dora García utiliza también una máquina, esta vez de luz, para rehacer un horizonte. Por su parte Ignacio Llamas afirma la convención de cualquier representación de lo natural a través de la conjunción de las ideas de maqueta y jardín.

La inestable apariencia de las cosas también se ve perturbada por alteraciones de la percepción. En el límite entre lo visible y lo invisible se desenvuelve la obra de Jaume Pitarch que, con el simple gesto de barrer, es capaz de oscurecer el mundo y dejarlo en suspensión. Juan Carlos Robles nos invita también a un juego sobre lo visible a través de la fragmentación de la visión que da como resultado un efecto caleidoscópico, mientras que Chema Alvargonzález nos invita a perdernos en el laberinto de la mirada.

Olga Fernández

Conservadora Jefe


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